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Dios que nos creó por amor, nos quiere felices, El Hijo se ofreció para mostrarnos con su vida, cuál es el camino de la felicidad.
“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” Jn. 1,14.
Nuestra historia de fe es una historia de salvación. Dios va acercándose a nosotros con amor desde el inicio de la creación, hasta la encarnación de su Hijo en María y “le llamarás, Jesús”.
Prepárense para recibirlo: “enderecen los senderos, rellenen los barrancos, aplanen las montañas” porque el Salvador enviado por el Padre es pobre, es humilde, es hermano. Para recibirlo necesitamos cambiar algunos de nuestros comportamientos, elevar la condición de los pobres y marginados y rebajar las montañas de los dominadores y poderosos que construyen este mundo para ellos.
El que viene, el Hijo de Dios y de María, hermano nuestro, es enviado por el Padre como un camino para el hombre: el camino de Jesús. Solidario desde la fraternidad, la sencillez y la solidaridad. Es un camino que nos señala cómo acercarnos a los hermanos que nos necesitan, enderezar los senderos, allanar los valles, rebajar las colinas que impiden la fraternidad y levantar a los caídos y marginados de nuestro pueblo.
“El que siendo de condición divina, no reivindicó en su vida ser igual a Dios, sino que se despojó, tomando la condición de servidor y se hizo semejante a los hombres.” Fil.2, 6.
Y la carta a los Hebreos confirma fuertemente esta actitud del Hijo de Dios: “y puesto que los hijos tenían en común la carne y la sangre, también Jesús la compartió.” “Tenía que hacerse semejante a los hermanos” para manifestar su misericordia y obtener la misericordia para nosotros. “Como él mismo sufrió la prueba, podía ayudar a los que son probados.” Hebreos 2, 14-17.
Vive la vida del hombre en toda su verdad. No es un comediante que aparenta vivir como hombre. Es un hombre, sometido a toda la injusticia y realidad del hombre de su tiempo. Fiel al Dios y al misterio de Dios que debe aceptar todo hombre, hasta la muerte. En el sufrimiento aprendió a obedecer. Obedecer la realidad de la vida, que es la voluntad del Padre.
Esa es la clave para nuestra vida. Navidad nos pide participar de la vida del pueblo, compartir sus pruebas y manifestar les el amor misericordioso manifestado en Jesucristo.
Tan lejos de esta cultura que nos han impuesto los dueños de la tierra, los dominadores de la cultura, los habitantes del palacio que buscan a Jesús para matarlo. Casi no podemos volver a Jesús porque el camino del progreso del bienestar nos aleja de los que caminan lento y estorban.
Miremos en Belén a Jesús en un refugio de pastores, contemplemos Jesús en Nazaret, en el trabajo humilde y solidario. Sigamos a Jesús por los caminos y los pueblos de Galilea acercándose a los cesantes, expropiados de sus tierras, a los enfermos abandonados, a los angustiados y deprimidos por la agobiante opresión romana.
Jesús vive y camina sin poder, sólo portando y anunciando la misericordia y el perón de Dios. ¿No será más eficaz su camino que el de la poderosa organización política y el de la violencia de las normas y de las armas?
Enderecemos los caminos, allanemos los barrancos, aplanemos las montañas con el testimonio de nuestras vidas cercanas a Jesús de Nazaret.
S. Francisco pasaba largas horas de Navidad contemplando al Niño frágil en el pesebre. Ese es un testimonio que nos trasmite, también, el P. Chaminde. Estemos en silencio algunos buenos momentos en esta actitud. No olvidemos, nos decía el Cardenal Silva Henríquez, nuestra cuna. La cuna de Jesús y “casa pobre, de oración y trabajo” que Pablo VI llamó a la casa de Nazaret. Volvamos a Jesús.